Liderazgo

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Humanos y máquinas: ¿Cómo construir relaciones auténticas en un mundo digitalizado?

Escrito por Lorena Retamal

mayo 2, 2025

Speaker Internacional & Formadora & Coach Senior & Consultora & Docente Postgrado

Founder & Director Center for Cultural Transformation and Leadership

Lorena Retamal

Founder Center for Cultural Transformation and Leadership. Speaker Internacional&Consultora&Coach Senior&Formadora&Docente

April 16, 2025

Hoy avanzamos a un ritmo vertiginoso con la digitalización, gracias a esto, el trabajo y las relaciones laborales han experimentado una transformación radical. Las estructuras organizativas, los modelos de negocio y los propios objetivos empresariales ya no son los mismos que antes. Sin embargo, muchos seguimos manteniendo las formas tradicionales de relación y comunicación en entornos que demandan una adaptación urgente. Esto genera un malestar palpable en muchas personas, quienes sienten que las dinámicas laborales actuales no se corresponden con la realidad de los tiempos modernos. ¿Estamos realmente trabajando en el futuro, o simplemente digitalizando el pasado?

¿Qué nos hace humanos frente a las máquinas?

Frente a esta digitalización, la pregunta sobre qué nos hace humanos frente a la inteligencia artificial (IA) es más relevante que nunca. Las máquinas, cada vez más sofisticadas, son capaces de realizar tareas que antes solo podían ser ejecutadas por seres humanos. Desde la automatización de procesos hasta la toma de decisiones basada en datos, la IA está transformando el panorama laboral, creando una nueva dinámica entre lo humano y lo digital.

Sin embargo, en medio de esta revolución tecnológica, debemos recordar que la humanidad posee características y cualidades que la IA no puede replicar, al menos no de la misma manera. La capacidad de empatizar, el juicio moral, la creatividad auténtica, la intuición y, sobre todo, las relaciones interpersonales genuinas, son aspectos fundamentales que nos definen como seres humanos.

La inteligencia artificial puede procesar grandes volúmenes de datos y realizar análisis con una precisión y velocidad que superan las capacidades humanas, pero carece de la dimensión emocional que caracteriza nuestra experiencia. Como señala Marshall B. Rosenberg en Comunicación no violenta: Un lenguaje de vida, la capacidad de escuchar profundamente, comprender las emociones de los demás y responder con empatía es algo que, por mucho que la IA avance, sigue siendo un terreno exclusivamente humano.

La interacción entre las personas, la creación de vínculos auténticos, el entendimiento mutuo y la capacidad de establecer relaciones basadas en la confianza son lo que realmente nos hace humanos. La IA puede simular algunas de estas interacciones, pero nunca podrá experimentar ni entender el contexto emocional de una conversación de la misma forma que lo hacemos los humanos. La empatía, por ejemplo, no es solo una respuesta programada; es un sentimiento genuino que surge de nuestra conexión con los demás y de nuestras experiencias compartidas.

Otro aspecto fundamental es la capacidad de tomar decisiones éticas y morales. Mientras que las máquinas pueden seguir algoritmos y ejecutar instrucciones basadas en datos, la toma de decisiones humanas está influenciada por valores, principios y consideraciones que no pueden ser programadas. En su obra Franqueza radical: Sé un jefe increíble sin perder tu humanidad, Kim Scott pone en evidencia cómo los líderes deben ser capaces de tomar decisiones difíciles que consideren no sólo los intereses organizacionales, sino también el bienestar de las personas. La inteligencia artificial, por más avanzada que sea, carece de la habilidad de reflexionar sobre lo que es justo, correcto o moralmente aceptable en un contexto determinado.

La creatividad humana es otro terreno donde la inteligencia artificial todavía no puede competir. Aunque existen algoritmos que pueden generar música, arte o incluso escribir textos, la esencia de la creatividad humana es única. Las emociones, la historia personal, las vivencias y las influencias culturales juegan un papel crucial en la forma en que creamos y expresamos ideas. Como lo explica Olivia Fox Cabane en El mito del carisma: Cómo dominar el arte y la ciencia del magnetismo personal, las cualidades humanas como la vulnerabilidad y la autenticidad juegan un papel central en la creación de conexiones genuinas y, por ende, en la generación de creatividad auténtica.

Por último, en cuanto a la naturaleza de las relaciones humanas, lo que nos hace humanos frente a la IA es nuestra capacidad para formar vínculos basados en el afecto, el respeto y la interdependencia. La interacción social no solo se trata de compartir información o cumplir objetivos; también involucra la construcción de una red de apoyo emocional y la posibilidad de compartir experiencias de vida. Las máquinas pueden facilitarnos la tarea, pero no pueden reemplazar el valor de una conversación sincera o el consuelo de un compañero que entiende nuestras emociones.

Un cambio de consciencia

En la actualidad, lo que se observa con claridad es que los modelos de negocio han experimentado una transformación radical. No se trata únicamente de la adopción de nuevas tecnologías, sino de un cambio mucho más profundo que afecta la manera en que trabajamos, colaboramos y nos relacionamos en el entorno profesional. Esta transformación va más allá de los avances tecnológicos o de la digitalización de procesos; está relacionada con una reconfiguración completa de las estructuras organizativas y de la cultura empresarial. La forma en que los equipos se comunican, la manera en que los líderes ejercen su rol y la forma en que se toman las decisiones ha dejado atrás las estructuras rígidas y jerárquicas del pasado, y ha abierto paso a entornos mucho más ágiles, fluidos y colaborativos.

En este contexto, los objetivos y las expectativas organizacionales deben evolucionar junto con la transformación tecnológica. Ya no basta con perseguir exclusivamente metas financieras o de eficiencia operativa. Hoy día, las organizaciones necesitan adoptar objetivos que no solo sean medibles en términos de rendimiento, sino que también contemplen la creación de valor humano y social. El trabajo ya no se trata solo de cumplir con un conjunto de tareas o metas predeterminadas; se trata de construir relaciones significativas, generar experiencias enriquecedoras para los colaboradores y crear un entorno que fomente la innovación y el crecimiento mutuo.

Asimismo, las estructuras de poder dentro de las organizaciones también deben ser revisadas. La centralización del poder en la alta dirección o en unas pocas manos se ha ido desplazando hacia modelos más distribuidos y horizontales, en los que se valora la autonomía y la toma de decisiones descentralizada. Esto no implica la desaparición del liderazgo, sino una transformación de cómo se ejerce este rol. Los líderes deben ser facilitadores y guías, más que simples tomadores de decisiones, ayudando a sus equipos a navegar en entornos cada vez más complejos y cambiantes. El verdadero reto es cómo se concilian los intereses organizacionales con las necesidades y aspiraciones de las personas que forman parte de la organización.

Lo que realmente está en juego en este contexto no es solo el cambio tecnológico, sino algo mucho más profundo: un cambio de conciencia. Las organizaciones deben ser conscientes de que el sistema laboral actual no es sostenible si sigue funcionando bajo los mismos paradigmas que antes de la digitalización. Ya no es suficiente con gestionar la productividad de manera mecánica; se requiere una visión más holística que tenga en cuenta las necesidades humanas, el bienestar emocional y la integración de nuevas tecnologías de una forma que las potencie, pero sin deshumanizarlas.

Este cambio de conciencia implica replantearnos las relaciones de trabajo y las interacciones entre las personas y entre las personas y las máquinas. La clave está en entender que el trabajo no solo se define por lo que hacemos, sino también por cómo lo hacemos y las relaciones que cultivamos en el proceso. Las tecnologías deben ser vistas como herramientas que facilitan la colaboración y la conexión, no como sustitutos de las relaciones humanas. La transformación digital no solo requiere de habilidades técnicas, sino también de una renovación en la forma en que entendemos la interacción humana en el ámbito laboral.

El gran desafío, entonces, es cómo cada uno de nosotros, desde el rol que desempeñamos en nuestras organizaciones, podemos entender el sistema laboral de una manera distinta. Esto implica cuestionar las antiguas formas de hacer las cosas, que a menudo se basaban en la competencia individualista, la rigidez de los procesos y la despersonalización del trabajo. El reto es abrazar una visión más flexible, colaborativa y centrada en las personas, que permita una mayor integración de lo humano con lo digital. Esto significa repensar no solo las estructuras organizativas, sino también los modelos de liderazgo, las formas de comunicación y la forma en que tomamos decisiones dentro de las empresas.

Este cambio de conciencia no se logrará de un día para otro, pero las organizaciones que logren adoptar una mentalidad más abierta, inclusiva y adaptativa estarán mejor posicionadas para navegar el futuro del trabajo. Solo a través de este cambio de paradigma podremos lograr un sistema laboral que integre lo mejor de ambos mundos: lo humano y lo digital, lo emocional y lo racional, lo personal y lo colectivo.

Relacionándonos de forma distinta

Las relaciones laborales ya no pueden reducirse a interacciones transaccionales, donde las personas se ven únicamente como recursos para cumplir con objetivos empresariales. Las jerarquías rígidas que definían las relaciones de poder en las organizaciones tradicionales también pierden relevancia en un mundo que demanda mayor flexibilidad y colaboración. En su lugar, surgen nuevas formas de interacción basadas en la comprensión profunda de las personas, sus motivaciones y sus necesidades. Este cambio no es solo una cuestión de adaptación al entorno digital, sino una transformación más profunda en nuestra manera de relacionarnos, tanto con otros seres humanos como con las máquinas que ahora forman parte integral del entorno laboral.

Como lo señala Humberto Maturana, las relaciones humanas no pueden ser vistas de forma aislada ni como algo meramente funcional. Maturana plantea que la humanidad se construye en la interacción con otros. Para él, el ser humano es un «ser en relación» y su identidad se constituye en los vínculos que establece con otros. En este sentido, las interacciones genuinas no son solo un medio para alcanzar fines, sino que son un proceso continuo que transforma tanto a las personas como a los entornos en los que operan. Por tanto, las relaciones auténticas, en su concepción más profunda, son aquellas que van más allá de las estructuras de poder o las reglas de negocio, y que se fundan en una convivencia mutua que permite el desarrollo y la comprensión recíproca.

Hoy, las organizaciones deben integrar una visión que permita la autenticidad en las relaciones laborales, algo que Maturana sostiene como fundamental para la coexistencia humana. La autenticidad en las relaciones no solo se refiere a la sinceridad en las interacciones, sino a un compromiso con el bienestar mutuo. Las dinámicas laborales deben ir más allá de una eficiencia fría y funcional; deben estar orientadas hacia el desarrollo de relaciones donde las personas puedan compartir y explorar sus experiencias, emociones y puntos de vista. Este enfoque no solo fomenta un mejor ambiente de trabajo, sino que también potencia la creatividad y la innovación, pues las relaciones auténticas son un terreno fértil para la colaboración genuina.

En su obra El arte de la conexión: 7 habilidades para construir relaciones que todo líder necesita hoy, Michael J. Gelb hace hincapié en que la empatía, la escucha activa y la capacidad de construir confianza son habilidades esenciales para generar relaciones auténticas. Estas habilidades son las que permiten a los líderes conectar con las personas de manera genuina, no como meros subordinados o compañeros de trabajo, sino como seres humanos con sus propios valores y necesidades. Gelb destaca que la relación verdadera entre un líder y su equipo no se basa únicamente en la capacidad de dar órdenes o tomar decisiones; es, más bien, el resultado de la habilidad de un líder para estar presente de manera plena y escuchar a su equipo de manera activa.

Este tipo de liderazgo, en el que la colaboración y la inteligencia emocional son los pilares, no solo mejora el clima organizacional, sino que también aumenta la productividad y la eficacia de los equipos. El cambio en la forma de relacionarnos exige que se reconozca que el trabajo no es solo un intercambio de recursos, sino una oportunidad para la co-creación. Los equipos más exitosos son aquellos en los que los miembros se sienten comprendidos y respaldados en su desarrollo profesional y personal.

Para generar estas relaciones auténticas, es necesario que los líderes promuevan un espacio en el que las personas puedan compartir sus ideas sin miedo a ser juzgadas, en el que se fomente la vulnerabilidad y la autenticidad. Las relaciones de trabajo deben basarse en el entendimiento y la empatía, lo que, a su vez, fomenta un sentido de pertenencia y una conexión más profunda entre las partes involucradas. Maturana nos recuerda que los seres humanos necesitamos del otro para completarnos, para crecer y evolucionar; por eso, el trabajo no solo debe ser un proceso técnico o productivo, sino también un espacio en el que se construyan relaciones auténticas que favorezcan el bienestar individual y colectivo.

La clave en este nuevo paradigma es, por tanto, reconocer que las relaciones laborales deben ser vistas como una red interconectada de seres humanos que no solo buscan cumplir con metas empresariales, sino también nutrirse mutuamente. El liderazgo colaborativo, fundamentado en la autenticidad y la empatía, es la vía para cultivar un ambiente de trabajo equilibrado, en el que las personas puedan colaborar no solo por obligación, sino porque sienten que son valoradas por lo que son, no solo por lo que hacen.

En este contexto, el desafío es integrar la tecnología en los procesos y asegurar que esta transformación digital no borre las relaciones humanas genuinas. Las máquinas pueden ayudarnos a optimizar tareas y tomar decisiones más rápidas, pero la capacidad de crear relaciones auténticas sigue siendo un terreno exclusivo de los seres humanos.

La comunicación en un mundo digitalizado

Otro aspecto crucial es la comunicación, especialmente cuando las interacciones se dan en entornos virtuales. En Comunicación no violenta: Un lenguaje de vida, Marshall B. Rosenberg propone que la clave de una comunicación efectiva es el respeto y la empatía. En un mundo digitalizado, donde el tono y las emociones se pueden perder en los mensajes escritos, es aún más importante aplicar principios de la comunicación no violenta para evitar malentendidos y conflictos innecesarios.

El entorno laboral actual exige que los líderes y los equipos se comuniquen de manera clara y respetuosa, reconociendo las emociones y necesidades de todos los involucrados. Sin embargo, esto no significa solo una mejora en las interacciones humanas, sino también un desafío para las máquinas y herramientas digitales que empleamos. ¿Cómo podemos hacer que la tecnología se comunique de manera más humana y efectiva con las personas? La respuesta reside en entender que la tecnología, en última instancia, debe ser un puente que conecte a los seres humanos, no un obstáculo para la autenticidad en las relaciones.

La importancia de la franqueza radical

En este proceso de transformación, la transparencia y la honestidad se convierten en pilares esenciales. Kim Scott, en Franqueza radical: Sé un jefe increíble sin perder tu humanidad, subraya que los líderes deben fomentar una cultura de franqueza radical en la que se valore tanto la crítica constructiva como el reconocimiento del esfuerzo. En un entorno digital, donde la falta de contacto físico puede dificultar la interacción directa, el ser franco y directo en la comunicación es más importante que nunca.

La franqueza radical también juega un papel clave en las relaciones entre los humanos y las máquinas. Las expectativas sobre la tecnología deben ser claras y transparentes, para evitar que la automatización se convierta en un espacio de desconexión o de desconfianza.

El magnetismo de las relaciones humanas

Por último, en un mundo donde la tecnología juega un rol preponderante, el carisma y la capacidad de generar magnetismo personal siguen siendo esenciales. Olivia Fox Cabane, en El mito del carisma: Cómo dominar el arte y la ciencia del magnetismo personal, nos enseña que el carisma no es solo un don natural, sino una habilidad que se puede cultivar. En un entorno laboral digitalizado, el magnetismo personal puede ser el diferenciador clave entre aquellos que crean relaciones auténticas y aquellos que solo interactúan de forma superficial.

En este sentido, tanto los líderes como los colaboradores deben aprender a utilizar las herramientas tecnológicas de manera que potencien su capacidad de conectar y generar empatía. La presencia digital, que incluye desde la manera en que nos presentamos en videollamadas hasta el tono de nuestros correos electrónicos, debe alinearse con los principios de autenticidad y magnetismo personal para fomentar relaciones genuinas.

Humanos y máquinas: El equilibrio necesario

El gran reto en el mundo digitalizado es lograr un equilibrio entre las relaciones humanas y la tecnología. La integración de las máquinas en los entornos laborales no debe llevarnos a una desconexión emocional, sino a una oportunidad para mejorar y enriquecer nuestras interacciones. Las máquinas, bien utilizadas, pueden facilitarnos tareas y procesos, pero el factor humano sigue siendo irremplazable. Debemos buscar formas de usar la tecnología para liberar tiempo y energía para lo que realmente importa: las relaciones auténticas.

El mundo laboral ha cambiado, y con ello, la manera en que nos relacionamos tanto entre nosotros como con la tecnología. Para construir relaciones auténticas en este nuevo entorno, es necesario adoptar una conciencia distinta, basada en la empatía, la comunicación clara y la transparencia. Los líderes deben ser los primeros en fomentar una cultura de conexión genuina, sin perder de vista la humanidad que debe prevalecer en todas las interacciones, sean humanas o digitales. El futuro del trabajo no está determinado solo por las herramientas que usemos, sino por la manera en que las empleamos para crear un entorno laboral más humano, inclusivo y colaborativo.

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