Liderazgo

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Más allá de la automatización: Cómo la IA potencia el rendimiento humano

Escrito por Lorena Retamal

junio 2, 2025

Speaker Internacional & Formadora & Coach Senior & Consultora & Docente Postgrado

Founder & Director Center for Cultural Transformation and Leadership

Durante más de un siglo, la productividad humana ha sido el centro del pensamiento organizacional. Desde los estudios de Frederick Taylor, padre de la administración científica, hasta los principios administrativos de Henri Fayol, el foco estuvo puesto en optimizar el trabajo humano bajo premisas mecánicas: eficiencia, repetición y control. Se buscaba extraer el máximo de cada persona en cada minuto de trabajo.

Esa visión del rendimiento, aunque transformadora en su momento, ya no responde a las necesidades de los entornos organizacionales actuales, marcados por la complejidad, la volatilidad y la innovación constante. Hoy, en la era de la inteligencia artificial (IA), no se trata solo de automatizar tareas, sino de liberar el potencial humano.

¿Y si el verdadero salto de productividad no está en hacer más, sino en atrevernos a pensar distinto sobre lo que significa trabajar?

Desde los inicios de la revolución industrial, la preocupación central en la gestión organizacional ha sido el rendimiento humano. Este interés dio origen a teorías clásicas como la administración científica de Frederick W. Taylor, quien propuso descomponer el trabajo en tareas simples para medir y maximizar la eficiencia. En paralelo, Henri Fayol desarrolló principios administrativos centrados en la planificación, organización y control como pilares de la productividad.

Estas visiones respondían a un contexto donde el trabajo físico y repetitivo predominaba, y donde el rol del trabajador era ejecutar tareas predefinidas en un entorno estable y predecible. Durante décadas, la cultura organizacional giró en torno a la eficiencia mecánica: “más rápido, más barato, más controlado”.

Sin embargo, este paradigma ha ido quedando obsoleto. En la actualidad, las organizaciones operan en un entorno frágil, ansioso, no lineal e incomprensible (BANI). Los desafíos ya no se resuelven con eficiencia operativa solamente, sino con agilidad, creatividad, colaboración y propósito.

La evolución del rendimiento: de lo mecánico a lo humano

Durante mucho tiempo, rendimiento fue sinónimo de horas trabajadas, productividad numérica y cumplimiento de estándares. Pero esa visión comenzó a cambiar con la irrupción de nuevas corrientes de pensamiento que pusieron el foco en el bienestar, los hábitos, el propósito y el valor generado.

Uno de los grandes aportes en esta línea viene de James Clear, quien en Hábitos atómicos propone que el verdadero cambio se da a través de pequeñas mejoras diarias, acumulativas y sostenibles. Esto sugiere que el rendimiento no debe medirse por grandes saltos, sino por la constancia y el diseño inteligente de hábitos que potencien nuestra capacidad de actuar.

Timothy Ferriss, en La semana laboral de 4 horas, lleva esta idea más lejos: desafía el mito del trabajo duro como sinónimo de éxito. Propone, en cambio, enfocarse en automatizar, delegar y eliminar tareas para liberar tiempo y energía para lo verdaderamente importante. En su visión, ser productivo no es hacer más, sino hacer menos con más impacto.

Ambas ideas nos obligan a repensar la cultura organizacional: ¿medimos el rendimiento por cuánto se trabaja o por cuánto valor se genera? ¿Estamos formando trabajadores eficientes o profesionales conscientes y estratégicos?

La IA como copiloto: redefiniendo el trabajo con tecnología

En este escenario de transformación, la inteligencia artificial irrumpe no como un fin, sino como un medio para alcanzar nuevas formas de rendimiento. La IA puede automatizar tareas repetitivas, organizar información, redactar borradores, analizar datos masivos, gestionar agendas o incluso anticipar problemas. Pero su verdadero valor radica en lo que libera: tiempo, atención y energía humana.

Cuando decimos que la IA es un copiloto, no lo hacemos en sentido figurado. Tal como un copiloto en aviación, su función no es dirigir, sino asistir, complementar, informar y liberar al piloto humano para que tome las mejores decisiones. En el trabajo del conocimiento, esto se traduce en la posibilidad de enfocarse en tareas de mayor valor: diseño, empatía, liderazgo, ética, creatividad.

Por ejemplo:

Este nuevo paradigma no es tecnocéntrico, es humanocéntrico. La tecnología deja de ser el fin y se convierte en el medio para potenciar lo humano.

Medir lo que realmente importa: foco y alineación

Esta revolución tecnológica no puede ser efectiva si no viene acompañada de un rediseño en cómo medimos el éxito organizacional. John Doerr, en Mide lo que importa, popularizó los OKR (objetivos y resultados clave) como una metodología para alinear equipos y enfocar la energía en lo verdaderamente transformador.

Los OKR invitan a que las organizaciones no solo piensen en cuánto hacen, sino en para qué lo hacen. En ese sentido, la IA puede ayudar a identificar métricas, automatizar reportes o modelar escenarios, pero corresponde a los humanos definir los objetivos que valen la pena perseguir. Sin dirección, los datos no sirven. Sin propósito, la eficiencia es vacía.

En la práctica, esto implica pasar de organizaciones orientadas a tareas a culturas orientadas a resultados significativos. Y aquí, nuevamente, la IA libera el camino, pero somos nosotros quienes elegimos la dirección.

Orden, foco y sostenibilidad: el rol de la cultura organizacional

El impacto de la IA no se limita a lo técnico. Requiere también una transformación profunda de la cultura organizacional. La sostenibilidad de una organización hoy depende de su capacidad de adaptarse culturalmente al cambio tecnológico y al mismo tiempo mantener su humanidad.

En este contexto, las ideas de Marie Kondo en La magia del orden toman una nueva dimensión. El orden no es solo estético, es estratégico. Organizar no es solo acomodar, es priorizar. Simplificar no es perder riqueza, es ganar claridad.

Una organización sostenible es aquella que logra alinear su propósito con su estructura, sus procesos con sus valores, y su tecnología con su talento. En otras palabras, una cultura que no compite con la IA, sino que la integra en función de su misión.

La historia de la productividad ha evolucionado desde la mecanización hasta la automatización. Pero el siguiente paso no es la sustitución del humano, sino su expansión. La IA no es el destino, es el trampolín.

Más allá de la automatización, lo que estamos presenciando es el surgimiento de un nuevo modelo de rendimiento: más humano, más enfocado, más libre. Uno donde las máquinas hacen lo que pueden hacer mejor —la velocidad, el cálculo, el volumen— y los humanos nos enfocamos en lo que nos hace únicos: el sentido, la creatividad, la compasión.

El desafío de las organizaciones contemporáneas no es solo tecnológico, es cultural. Requiere líderes capaces de integrar IA sin deshumanizar el trabajo. Requiere trabajadores que abracen el cambio sin perder su autenticidad. Requiere culturas organizacionales que entiendan que la verdadera sostenibilidad no está en resistir el futuro, sino en diseñarlo juntos.

#ProductividadConSentido #IAHumanocéntrica #CulturaDelRendimientoEvolutivo

Moneyball (2011) y el poder de la inteligencia artificial:
La película Moneyball, dirigida por Bennett Miller y basada en hechos reales, es un caso ejemplar para entender cómo la inteligencia basada en datos —una forma primitiva de lo que hoy reconocemos como inteligencia artificial— puede potenciar el rendimiento humano sin sustituirlo.

1. Del instinto a la analítica: redefinir la toma de decisiones
En Moneyball, Billy Beane (interpretado por Brad Pitt) enfrenta una crisis organizacional: su equipo de béisbol, los Oakland Athletics, tiene uno de los presupuestos más bajos de la liga. Para competir, necesita una forma distinta de tomar decisiones. En lugar de seguir la intuición tradicional de cazatalentos, Beane introduce un enfoque basado en estadísticas avanzadas y modelos matemáticos (sabermetrics).

Este cambio representa lo mismo que las organizaciones enfrentan hoy: pasar de decisiones basadas en experiencia e intuición exclusivamente, a decisiones informadas por datos, algoritmos y herramientas de IA. La tecnología no reemplaza al manager, pero transforma la manera en que este percibe el juego, identifica valor y gestiona recursos.

2. IA como copiloto: más allá de la intuición
El paralelismo con la IA moderna es evidente: los modelos estadísticos que usa Beane funcionan como un "copiloto analítico". Le ayudan a ver patrones ocultos, tomar decisiones impopulares pero efectivas, y descubrir talento que los métodos tradicionales pasaban por alto.

Así como hoy la IA permite identificar riesgos operativos, oportunidades de mercado o mejoras en productividad que serían invisibles al ojo humano, en Moneyball el sistema revela lo que otros no veían: jugadores subvalorados con un altísimo impacto potencial.

3. Mide lo que importa (John Doerr)
La filosofía detrás de Moneyball encarna a la perfección la tesis de John Doerr en Mide lo que importa. Beane redefine el rendimiento no por métricas tradicionales (fuerza, fama, carisma), sino por su capacidad real de contribuir al objetivo: ganar partidos.

En vez de seguir métricas de vanidad, se centra en KPIs clave: porcentaje de embasamiento, coste por carrera generada, consistencia estadística. Esta obsesión por "medir lo que importa" es la misma que las organizaciones deben aplicar hoy para enfocar su rendimiento en resultados sostenibles y relevantes.

Quizás el aprendizaje más profundo de Moneyball está en su resistencia inicial. El sistema tradicional —arraigado, emocional, y basado en jerarquías— se niega al cambio. Lo mismo sucede en muchas organizaciones que temen que la IA “deshumanice” el trabajo. Pero la película muestra que el verdadero obstáculo no era la tecnología, sino la cultura. Integrar datos, algoritmos e inteligencia artificial exige una transformación cultural: cambiar la mentalidad, rediseñar procesos, fomentar la colaboración entre humano y máquina. Moneyball nos recuerda que la tecnología no triunfa por sí sola; necesita una cultura que la sostenga. 

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